Hoy hemos renovado nuestra apariencia sin que por ello hayamos cambiado nuestro proceder. Pero, por primera vez, y sin que sirva de precedente vamos a mirar desde nuestros ombligos hacia fuera para hablar de "otros", no vinculados emocionalmente a nosotras mismas.
Esta entrada está dedicada, pues, a los vecinos de mi barrio.
Entrevías, para todos aquellos que no lo conozcan, goza de un micro-clima especial único que favorece la aparición de individuos sui generis cuánto menos. Una experiencia como recorrer sus calles, sentarse en sus terrazas o simplemente apearse de sus autobuses puede dar buena cuenta de ello. Empecemos, pues, con un sencillo recorrido.
Uno se baja en la estación de Cercanías Renfe (ahora Adif) Asamblea de Madrid- Entrevías. Lo primero que reclamará la atención del visitante curioso es que el nombre del barrio aparezca en segundo lugar pese a ser el emblemático edificio de más reciente creación. De tal reputación gozamos. Nada más que añadir.
Una vez que se ha abandonado el vagón de Benetton a golpe de espada e improperios, queda a sus espaldas la parte visible de la estación, denominado comúnmente por los lugareños "La seta" o "La Gaviota". Sin duda alguna este edificio de pretensiones vanguardistas resulta ofensivo a la mirada. Es feo. Muy feo. Tan feo como su razón de ser: cambiar la apariencia de la antigua estación y no subsanar los problemas de comunicación con el centro de la ciudad.
-Será que por aquí no hay muchos votos que arañar- que dicen algunos. Será eso, sí, que digo yo.
Aún así no nos merecemos un homenaje tan descarado a la fealdad gratuita.
¡Qué somos pobres, coño, no horteras!
Una vez que el viajero se dirija a los pasos de peatones podrá observar una serie de individuos que echan el día por allí realmente sorprendentes. Voy a escoger para esta primera entrega a tres de ellos. Los tres serán familiares para algunos y además gozan de una localización espacial muy concreta.
- El Quijote. Su sobrenombre no le viene dado por sus pretensiones novelescas sino por el hecho de que regentaba el bar homónimo que acabó en la ruina. Es fácilmente reconocible, se viste con un traje de Asterix mientras empuja un carro de la compra -símbolo visible de que padece el síndrome de Diógenes- con trastos cuya procedencia desconozco. Su principal atractivo reside en sus espontáneos denuestos lanzados a los viandantes y en sus gritos de guerra; simpáticas canciones de borracho. Siempre le acompaña un perro y un brick de Don Simón.
- La Señora de la perilla. Puede ser encontrada en el tramo que va desde la estación hasta el "chino de la esquina". Se caracteriza por sus auténticos y genuinos tres dientes, llevar zapatos cada uno de un modelo y un número diferente y harapos mugrientos. La forma en que le crece el bello facial dibuja una perilla de lo más masculina. Ése es su sello.
- El yonki de la bici que intenta cumplir diariamente su sueño de adelantar al autobús con dicho vehículo.
Estos individuos son para muchos motivo de mofa. En mí, y no es por pretender ser políticamente correcta, despiertan empatía y simpatización con su causa. Es de admirar que uno se atreva a mostrase tal cual es en un mundo en el que todos nos esforzamos por parecer normales y que no esconda esas miserias sobre las que todos echamos toneladas de tierra por encima.
- ¡Es que están locos!- exclamará alguno.
-Sí, pero no por ello son indignos-.